Beacon
Atrapado entre los brazos de Valentine, incapaz de moverse por la fuerza extrema del invulnerable, Nathan se preguntaba si así es como moriría.
La habilidad del príncipe le permitía ver el futuro, más nunca había visto su propia muerte, y a medida que el tiempo avanzaba, las visiones en donde él era protagonista no solo menguaban sino que escaseaban, llegando incluso a creer que, quiza, su vida sería corta. Que su destino estaba sellado, que a pesar de sus esfuerzos, sus enemigos lo destruirían en un abrir y cerrar de ojos.
Entonces la vio...
Cuando aquella pequeña de cabellos castaños y ojos celestes como los suyos se presentó en su visión, Nathan volvió a sentir esperanza. La vio corretear en el jardín con una enorme sonrisa en su rostro, remontando su cometa, como si fuese un ave; liviana, magnífica, libre.
Y él estaba allí, observándola desde las alturas, un poco más viejo, un poco más cansado, pero vivo, y acompañando por Annika, el amor de su vida. Ambos habían vencido la adversidad, y disfrutaban de una vida en calma, junto a su familia. ¿Que más podía pedir? No deseaba otra cosa, en el fondo de su corazón sabía que era lo que más anhelaba, lo que por momentos juró que no tendria, a lo que había renunciado mucho tiempo atrás...
Ver a su pequeña fue el impulso que necesitó para mantenerse en pie, para avanzar, para actuar. Era el momento, pensó. Y a pesar de la negativa de su padre, lo hizo de todas formas. Se infiltró en el terreno enemigo, infundado de valor, de seguridad. Acompañado por Annika, y por su hija aun no concebida.
Cada paso que daba, cada segundo que se adelantaba a sus adversarios, no dejaba de verla. De escuchar su dulce voz llamarle. De sentir el cariño de su pequeña manteniendolos a flote a ambos. Incluso cuando todo se oscureció, cuando Valentine los descubrió y los apresó, cuando lo golpeó a diestra y siniestra, cuando se burló de él, la pequeña Locke seguía presente en su mente, dándole un motivo para mantenerse en pie. Para intentar ser más inteligente que el usurpador.
Se arriesgó a un combate. El Profeta, que todo lo ve, contra el Invulnerable, que nada lo hiere.
Una lucha intrigante, pero innecesaria. Estaban solos, incluso si ganara, ¿qué sucedería con todos los aliados de Valentine? Pero no se dejó debilitar. Nathan soportó los golpes, las caídas, el cansancio. Vio a Annika de reojo, controlada por un Susurrador, y esto no hizo más que motivarlo a seguir, a buscar el punto debil de su contrincante.
Entonces fue muy tarde.
Un simple movimiento erroneo le costó su ventaja, y Valentine lo tenía apresado entre sus brazos, imponiendo una fuerza tal que el intentar escaparse era agotador.
Una sola oportunidad. El profeta arriesgó, condenandose en el momento.
Una navaja oculta, un veloz y tajante movimiento por parte del invulnerable, el dolor agudo paralizando al mestizo en cuanto la filosa hoja se incrustó en la cavidad de su ojo. Su grito desgarrador inundó la sala del palacio, y el Susurrador tuvo que hacer acopio de toda su fuerza para mantener inmovil a Annika, quien veía aquella terrible escena sin poder hacer nada, luchando contra los hilos invisibles que la sujetaban.
—Supongo que no necesitarás esto —escupió Valentine, haciendo presión en su agarre y manipulando la navaja lo suficiente para lograr su objetivo.
Nathan respiró hondo e intentó no gritar, pero le fue imposible. El invulnerable sabía lo que hacía, y no se detendría hasta lograrlo. El arma se movía dentro suyo, y cada segundo que pasaba podia jurar que sentía un dolor nunca antes experimentado.
Su corazón parecía a punto de salirse de su pecho, el sudor cubría su cuerpo aunque él sentía frío, la cabeza latía con fuerza y unas agudas puntadas lo hacían gritar cada vez que la navaja se incrustaba un poco más. Era como caminar sobre una enorme alfombra de clavos, una tortura constante que parecía no tener fin.
—Papi, mirame —la voz de su hija capturó sus pensamientos, y entonces allí estaba de nuevo.
La veía a lo lejos observandolo con su mirada curiosa, llamando su atención, como si supiera que en ese instante su padre necesitara de ella. Necesitara distraerse. Nathan se enfocó en su hija, en su voz, en su sonrisa, en su calma. La imagen de la pequeña Locke fue su faro en la oscuridad, la seguridad en medio del tormentoso mar. No vio su ojo caer al piso, porque su pequeña lo necesitaba. El príncipe se perdió en su imaginación, en estar a su lado, en protegerla. El dolor era inconmensurable, si, pero el amor por su hija, por su familia, lo era aun más. Debía sobrevivir, pensó, sin importar cuanto doliera, cuánto costara. Sabía cómo lucía su pequeña, su imagen sería algo que nunca podría olvidar... aun si lo privaran de su visión completa, ella estaría allí.
Nathan se recostó al lado de su pequeña, mientras le relataba historias sobre sus antepasados y su pueblo, y mientras ella lo escuchaba con atención, el príncipe cedió a las demandas de su cuerpo debilitado, entregandose a la inconsciencia.
Comentarios
Publicar un comentario